Dice un proverbio hindú: “Antes de que tus palabras salgan, asegúrate de que serán más valiosas que el silencio”. Alguien lo citó en un programa de televisión y me cayó como maná del cielo. Yo ya hace tiempo que no hablo, que me remito a repetir lo que todos decimos como parte de un engranaje y de un sistema. Hola. Sí. Te llamo luego. Lo que quieras. También se está bien así: dejándose llevar por la corriente, encajando, quedando bien, acertando, respondiendo como el resto quiere. Tampoco he escrito nada; he llenado formularios, he firmado la entrada a mi trabajo, he saludado cortésmente a mis conocidos en correos electrónicos y he garabateado números telefónicos y direcciones en post-it de colores. Con el paso de los meses, “hablar” y “escribir” se han desplomado de sus respectivos pedestales y ahora se revuelcan en el fango junto a esa peste de verbos alienantes y rastreros. Sin embargo, la parte menos infectada de mi mente no descansa y sigue ahí, moviéndose, como la cola recién mutilada de una lagartija. A veces, cuando por satisfacción propia o ajena me desplazo y permito que esta ciudad se regodee ignorando mi tímida presencia, siento leves pinchazos en mi nuca, una especie de hormigueo. Entonces me da la sensación de que estoy siendo rescatado por algo/alguien y de inmediato empiezo a concebir la idea de “escupir” en lugar de “tragar”. Son momentos muy precisos que se repiten a lo largo del día, de manera natural y repentina, siempre acompañados de... (aquí viene lo mejor para mi ego urgido de dádivas y elíxires)… palabras.
…me desplazo en un desierto con olor a túnel y tormentas de partículas intestinales mientras sueño columpiarme, cegado de sol y de luna, en tus trompas de Falopio… [Sábado, 6:15 a.m., estación de metro Gran Vía, a la espera del tren de la línea 5, dirección Pueblo Nuevo, mientras noto la resequedad de mi lengua y saco una botella de agua de mi mochila Reebok Classic para darle un par de tragos. A mi alrededor, el mundo es una jungla]
…y la mugre, y el vocablo degollado, y las hordas pasionales, y el revuelo de los cuerpos, y el silencio que es alarma, que te advierte, que te incita a un renacer en solitario… [Miércoles, 17:10 p.m., sentado en la Plaza del Museo Reina Sofía, con The captain is out to lunch and the sailors have taken over the ship recién acabado, sobre mis piernas, observando un punto geográficamente nulo, entre un Starbucks no-inaugurado y la terraza de El Brillante]
…por el alma de mis muertos: he aquí la fisiología de mi alma: he ahí un decente tajo de porno-esencia-sideral: la mortaja con la que me iré derritiendo poco a poco en el cerebro de esta humanidad sin alma: refugio de furiosos muertos… [Domingo, 23:00 p.m., volviendo a casa con dos cuestiones en la cabeza: ¿Por qué no reaccioné con pesar y lágrimas contenidas cuando vi cómo era arrollado un hombre que no distinguió los colores del semáforo? ¿Qué nombre le quedaría mejor a nuestro galgo: Perry Mason o Usted?]
…de pronto, la mirada se tornó carcoma y mi alter ego se decantó por un mutis visual hacia un cubo de basura en donde vi a mi taciturna sombra, cabeza en mano, arrastrando una gran cola roja… [Viernes, 10:15 a.m., 30 °C, saliendo de un supermercado, con las axilas empapadas y la preocupación de que al día siguiente tengo que levantarme a las 5:30 de la mañana y, por lo tanto, ser prudente con las bebidas alcohólicas y el desvelo]
…es la nieve que te cubre, es un órgano salvaje, es el vino que se pierde entre tus piernas dirección desconocida... escribo como lanzando una botella al mar con la esperanza de que te quedes anclada en alguna comisura o en tus ojos que se mueven como pulpos luminosos y harapientos… [Domingo, 2:00 a.m., andando sin rumbo definido entre Sol y Lavapiés, en busca de un poco de frescura nocturna y recordando algún suceso amoroso destacable entre 1999 y 2004 para conseguir una cálida erección sin sentido. Insomnio y nostalgia juntos; dolor de pies, cansancio. Nada]
Fuera de estos chispazos y rescates memorísticos, mi silencio sigue instalado en el desierto, magnánimo y gigantesco, como una Esfinge.
Fotografía de la serie “Los Milagros” (2007), del pintor Josué Romero (Guatemala, 1974)