Tuesday, December 26, 2006

genitálisis

En el Principio, la frialdad del metal existía. Dios pensaba a ratos en Adán; quizás en Eva.




Falo y Matriz: la Historia es un hambriento perro-robot que, mediante desnudos sensores, asegura que su cola es un bocado digno de ser digerido.





Días tristes / días intensos. Circunferencia interminable.

Monday, December 11, 2006

esto no es un confesionario


Hasta ahora aún experimentando, destapando otra cerveza y esperando que algo aparezca y me llene la mollera de entusiasmo. Cada vez me cuesta más venir y sentarme a escribir como un niño. De cierta forma todo se va alejando. Yo también me he alejado del punto cero. Ahora testifico mis distancias y reconozco que disto más yo que ellas mismas. Cierro los ojos y me concentro en el sabor amargo de la cerveza a las dos y media de la madrugada. No suelo dar detalles, no suelo contextualizar, no suelo dar la hora. Hoy me excuso ante mí mismo; la necesidad es grande. Desde hoy ya sé que cada madrugada, por muy simple y conservadora que sea, puede ser peligrosa. Lo cursi me persigue. Todo parece ser un riesgo. Cualquier paso en falso, una mina; cualquier alusión equivocada, una detonante. Ya exploté otras veces. La incomunicación fue mi testigo y ella más que nadie sabrá extender el relato y atiborrarles de morbo la cabeza. Extraño lo imposible, lo que ocurrió pero jamás quiso haber ocurrido. Así fue. El curso misterioso. Las circunstancias. Me estoy enamorando de esto, de la especulación de mis estados.
Hay un sol que en la madrugada existe. Es el sol de los ciegos, el sol de los malditos. Lo he visto tantas veces, lo conozco de memoria. Justamente ahora vuelvo a recalcarme que todo ha sido un desperdicio. Sin embargo, éste es el mejor lugar que pude haber elegido para desperdiciar mis años y mis ideas. Me he quedado solo poco a poco, con el zumbido azul del tiempo que se esconde en los relojes. Al fondo de estas quejas disfrazadas de soliloquio, hay algo reconfortante, algo que me impide desertar y fungir de cobarde. Si soy una causa perdida, qué importa. Las grandes cosechas nunca han sido parte de mi vida. Ustedes lo saben. Siempre me han recriminado mis recurrencias a lo procaz y subterráneo. Siempre han despreciado mis valiosas avalanchas. Quisiera poder compartir este sol que se cuela en mis retinas con ustedes. Compartirlo, conllevarlo. Hacer que todos lo consumamos. Adornarnos con él y salir a la calle para exhibirlo. El rostro de la gente se ablandaría. Ahí, dispersos, quedarían también sus estómagos reventados y sus cuerpos bonancibles; bien podríamos arrojarnos sobre algunos para comer y engañar cristianamente a nuestro instinto con meras analogías.
Que venga otra cerveza. No me importa lo que piensen. Descargo y cargo mis pistolas. Alguien podría aparecerse e interrumpir mi improvisado discurso. Trato de sincronizar mis intenciones con mis resultados. Ojalá aparezca alguien. Estoy aquí, lamiendo el piso, dispuesto a todo. He llegado a permanecer absorto hasta casi cuatro horas debido a la inmunidad del ambiente. Pocas cosas suceden que puedan retener mi atención por un lapso considerable. Y es que lo que me interesa es sumirme en el huracán que invade mi cabeza e irme lejos. Otra vez manosear la distancia, masturbar la distancia, mordisquear la distancia. No puedo. Rompí mis dientes al caer desde mi artificial tabernáculo. Un semi-dios borracho avergonzado de sus propias vanaglorias, de sus vuelos restringidos; castigado por anticiparse a la apoteosis de su ego. Mis dedos comienzan a endurecerse; diez falos empinados o simplemente un ataque de epilepsia. Luego las preguntas tontas que dan a luz los altibajos. No voy a contestarlas. Esto, entiéndase bien, tampoco es un confesionario.