Monday, February 26, 2007

momentum II


Ella se había soltado de mi mano y en su boca llevaba un bebé pingüino. Ya no corríamos. La poca comodidad de un banco de cemento, nos era suficiente. Traté de besarla y acabé vomitando. Tomó el bebé pingüino y empezó a frotarlo en sus pechos. Estaba tratando de darme a entender que quería destetarme, que ya no era necesario darme de sus pechos. Y vi su rostro, convertido en escaparate. Y sentí mi corazón, convirtiéndose en antena. Y entonces recordé que nada de eso podía ser verdad, puesto que, para empezar, yo aún era una niña. Y el Sol titilaba, como nerviosa estrella cansada de estar en el mismo altar de siempre. De pronto, Ella lloraba; el pajarraco había huido de sus manos. Yo veía el suelo. Yo veía como brotaban pequeñas cabezas de alfiler en el suelo. Ella me dijo que vendría más seguido; tres veces cada año bisiesto. Por su olor a forastera, supe que mentía. Y el Sol allá, histérico, llamando la atención de los mortales. Quiero que me penetres antes de la medianoche, me confesó cruzándose de brazos. No respondí. Pasó un minuto. El golpe que me hizo entender que debía obedecer, cambió mi estado. Entonces nos pusimos de pie, robamos una bicicleta de madera y pedaleamos juntas. El eco de la tarde reverberaba en mis oídos. Besé su vulva de cera derretida. Había anochecido. Ella era el Limbo y yo su idea prematura. Los días oscuros en los que cerdos decapitados aparecían para incitarnos al delirio, habían terminado. En algún lugar de su cuerpo, más allá de su blusa de satín, quedaron mis ojos taciturnos.