Thursday, September 29, 2005

quizás el cielo sea blanco


Según una leyenda urbana del tercer mundo, hay por lo menos un día de cada año en el que el curso de las horas se dilata más de la cuenta, desplaza a la rutina y al hábito déspota, y provoca que actúes como si no supieras nada, como si no conocieras nada, como si fuese el primer día de tu vida. Un deseo interno, preocupantemente voluntario, te saca de tu empolvada habitación y te empuja hacia la calle. ¿A qué salir a la calle?, ¿a qué?, te preguntas remedando la voz de tu madre. ¿Quedarse y convalecer? Nada de eso; afuera quizás esté lo que no tienes.

En cada paso que das, se nota que no es más que inercia pura la que te domina, la que controla tus movimientos de sonámbulo imprudente. Si alguien te saluda, no sabes cómo responderle, no sabes qué decir, haces una mueca pero las palabras se te quedan escondidas en alguna parte de la boca. Mejor no te esfuerzas y sigues de largo. No importa si tropiezas con una de esas banquetas, si con tu rodilla golpeas a una pequeña que va de la mano de su distraída madre, si rozas fuertemente cuanto hombro se te ponga en el camino, si das un mal paso o te atraviesas las calles sin mirar a los lados. De todas formas, no vas a ninguna parte. Y lo peor es que lo ignoras.

Intuyes que estás haciendo algo que todos hacen, pero no entiendes la razón o los motivos. Saliste sin saber por qué y caminar es lo único que resuelves llevar a cabo ahora que estás afuera. De algún modo, te sientes agradecido con la circunstancia ya que ahora no te afecta en absoluto el saber que todavía sigues solo. Te alegra dejar de conjeturar por qué te abandonaron todas esas mujeres, por qué roncas como si fueras el alma de un animal exhausto por la vida, por qué tu pesimismo rebasa los límites de lo tolerante, por qué eres tan sincero para expresar tus comentarios, por qué tienes los pies torcidos y te comes las uñas antes de acostarte.

Por eso, ni siquiera te percatas de que no vas a ninguna parte. Sudas, parpadeas agitado, toses, escupes tremenda flema y te paras en las esquinas llevándote la mano a la barbilla, como si de veras no supieras elegir cuál dirección necesitas tomar. La indecisión, presientes, no se pierde de un día para otro. Alzas la vista un poco. Hay un Sol asfixiándose entre un enjambre de nubes, hay cientos de cables negros ahorcándole el cuello a los postes, hay una que otra telaraña en las cornisas y quizás una paloma muerta, atascada en una de esas cúpulas. Eso es lo que hay allá arriba. Sonríes.

Más tarde, cuando la misma inercia te lleva de regreso a casa, casi habrá anochecido. Entonces, sin imaginártelo, te sientas en el centro del patio. Temes alzar la vista de nuevo porque presientes que algo anda mal allá arriba. No obstante, eres osado y no te importa correr el riesgo. Arriba no hay absolutamente nada. Lo que ves se asemeja a una enorme hoja en blanco. Es el cielo. Completo. Lo que en otra ocasión te habría parecido irrelevante, ahora te impresiona; de hecho, te asusta. Así que reaccionas como lo mandan los antiguos peritos del conocimiento humano, los encargados de alimentar al búho de Minerva: empiezas a cuestionarte cuál parte de la hoja es, si el anverso o el reverso. Esto consigue entretenerte por un buen rato, pero aún sientes miedo. ¿Cómo saber cuál es cada lado de la hoja si ambos son exactamente iguales? Tratando de situarte en algún sitio preciso de las dos opciones, crees saber que no sabes en qué lado te encuentras tú. Lo más probable es que concluyas en que no estás en ninguna parte, como lo habrás oído muchas veces en la voz de tus semejantes. Y que, por supuesto, la conjuntivitis ha venido para asesinar lo que quedaba de tus ojos.

Ese día, es hoy mismo.

Sunday, September 25, 2005

detalle onomástico


Acaso esta nota no sea del interés general ni despierte la curiosidad en nadie (y con estas palabras iniciales, debo aclarar, no pretendo hacerme la víctima y recurrir a la lástima del lector para que piense y diga “bueno, el pobre siempre cae en lo mismo, es su técnica, leámoslo para que no se sienta mal, refunfuñe y luego ande por ahí dolido y afectado), pero en el fondo siento la necesidad de esclarecer cierta medida que tomé hace ya más de cinco o seis años. Para quienes crecieron conmigo (o yo con ellos) sabrán de sobra que mi nombre completo consta de cuatro palabras, pero que actualmente sólo empleo dos de ellas para identificarme: mi segundo nombre y mi primer apellido. ¿Cliché de seudo escritor? Para nada. Más bien fue una especie de disgusto fonético unido a una muy personal idea de identificarme de forma equilibrada con el tronco paterno (cedo estas últimas palabras para la elaboración de cualquier eufemismo que a alguien puede ocurrírsele) como con el materno.

Escogí mi segundo nombre porque el primero (que por costumbre es herencia directa del segundo nombre de mi padre) me sigue sonando mal y porque me parece que es una cursi derivación (no latina, incluso) de Rodolfo. Cualquiera podría pensar que indirectamente existe un rechazo hacia la figura de mi padre, pero no la hay. Sí, a lo mejor, la necesidad de poseer una identidad propia sin la sombra de su nombre de uso y de lo que él representa para muchas personas. Del nombre de mi abuelo, padre de mi madre, y de una alusión religiosa hacia cierto arcángel, surgió Rafael
[1], y creí que si ya llevaba el apellido de mi padre, Romero, debía quedarme con este nombre para, como dije antes, equilibrar la cosa. Es decir, el capricho ese (como muchos creen y me señalan) de omitir mi primer nombre y usar el segundo se fundamenta en lo que acabo de referirles, así de sencillo. Rafael Romero, según mis apreciaciones más intimistas, encierra la esencia de las dos familias que se unieron para engendrarme. No obstante, para muchos, sigo siendo “mi primer nombre” y por lo que veo, no hay nada que pueda hacer para evitarlo. Tampoco es que importe, pero es que...


[1] Más de alguna vez, en mi limbo de fantasía y quimeras, creí relacionarlo (el nombre) con cierto pintor renacentista italiano y luego con Alberti, Cansinos Assens, Landívar, Arévalo Martínez y demás personajes. Me van a disculpar la pretensiosa osadía, pero es que estaba pequeño y el jueguito se me hacía interesante.

Wednesday, September 21, 2005

caldo de egos


Llegar de nuevo a un punto. Un punto conocido en donde la realidad se hace manifiesta y constriñe fuerte. Parece no haber nada distinto en el mundo. Todo se repite y los detalles cambian, pero la esencia es la misma. El ego es como una hiedra que se extiende por los muros y atraviesa patios, casas, ciudades, países enteros. La realidad escupe ego por todas partes. Hay ego en sólido, en líquido y en gaseoso. Hay miles de opciones mercantiles, casi: egoísmo, egocentrismo, egolatría, egotismo y demás ramificaciones. Hay un ego atómico en la lengua de todos nosotros. Es como una papila gustativa; o mejor dicho, como una postemilla. Una bella postemilla o un diminuto brote de pus. MI REALIDAD ES ESO.

Pecar de iluso sería pasar por alto lo que este punto (al cual se llega cada cierta temporada, luego de habernos arrastrado como gallinas ciegas por un sendero propenso a las pisadas del caminante) nos revela. ¿Debo callarme, protegerme y no reconocer públicamente que soy un ser verdaderamente detestable? Este ego (propagado y empollado con toda la delicadeza del caso) me hace escribir, vestirme así, no rasurarme, emborracharme, hablar de este país como si fuera el mejor, enamorarme, defender mi cultura, viajar, saludar a la gente en la calle, criticar perdidamente, deshacerme de quienes impidan mi felicidad y desarrollo personal, usar falacias, sentirme atacado, consumir, creer que todo lo puedo, ser frívolo, fornicar, etc. ¡COSTUMBRES, MANÍAS Y HÁBITOS DE MIERDA! ¿QUÉ MÁS SE PODÍA ESPERAR?

No pregunto porque lo ajeno me parece poco interesante. La vida de los demás es intrascendente; todo lo contrario de la mía. Sin embargo, si me preguntan mucho, me molesta. Soy elitista, clasista, racista, xenófobo, misogámico, narcisista, morboso, misántropo y un montón de cosas más, pero SOLAPADAMENTE. (Repitan esta palabra separando sus sílabas y con énfasis docente: so-la-pa-da-men-te) ¿Acaso soy el único? No. (Ya quisiera) Mis semejantes y yo: un caldito de gallinas ciegas. Llegamos a este punto arrastrándonos a oscuras, no QUERIENDO VER. Los ojos hacia adentro, para apreciar mejor la apoteosis de nuestro ego; a nuestro ego en pañales, gateando, correteando por los pasillos, caminando por su habitación, puliendo su trono de huesos y enfocado en no ceder espacio y acaparar toda la energía de nuestros ojos (que son también los suyos).

Mi intención nunca ha sido generalizar, pero es que al llegar a este punto, no tengo más alternativas. Todos estamos juntos, en el mismo balde, listos (aunque ignorándolo) para ser devorados por algún roedor salvaje. QUOD SCRIPSI, SCRIPSI.

Thursday, September 15, 2005

al vulgo, con encomio



El primer comentario que escuché acerca de mis poemas fue “interesantes, pero la verdad, me cuesta un poco comprenderlos”. De eso, ya casi diez años. A decir verdad, la historia no ha cambiado mucho, a pesar de que en mi opinión y, gracias al transcurrir del tiempo, para bien o para mal, siento que he evolucionado dentro de mis propias expectativas. Dejé atrás la cursilería y las palabras bonitas que no me decían nada. Encontré nuevos vocablos y supe enamorarme de ellos hasta el punto de sentir que cada uno, por separado, me transmitía algo más del significado que todos conocemos. Me hice de palabras fuertes, sonoras, misteriosas, provocativas, evocadoras, palpitantes, con el afán de procurarme toda la fascinación posible. El sagrado legado de mis primeras lecturas y posteriores relecturas (Vallejo, Darío, Cardoza, Paz, Girondo, Huidobro, Góngora, etc.), me incitó inmediatamente a explorar el mundo de las metáforas y de las imágenes. Aun hoy, en la búsqueda de una expresión propia que satisfaga mis necesidades (de inventiva estética más que de comunicación), continúo la tarea como cualquier pequeño con los ojos salidos por su juguete recién liberado del papel de envolver y de la moña.

Connotación, plurisignificación, sonoridad, desrrunitización semántica y rebautización léxica son sólo algunos tecnicismos que el vulgo suele desconocer acerca del lenguaje literario. Al vulgo poco o nada le importan tales palabrejas; no las necesita para saber disfrutar de un buen poema o de un trozo de narrativa. Al vulgo, o algo le gusta o no; así de simple. Sin embargo, hay quienes se atreven a ir más allá y, con todo el derecho, arriesgarse a emitir opiniones al respecto. Movido más por envidias o por clara y honesta ignorancia, yo he hecho exactamente lo mismo. (Y ojo, aclaro, nunca me he apartado del vulgo. Creerme la falacia de que soy una persona culta, no va conmigo. Soy parte del vulgo, porque ignoro millones de cosas y porque lo poco que sé, lo he vivido como cualquier otro. La experiencia se nos hace infinita y yo sigo de aprendiz, de individuo, de ser humano, como cualquiera).

El punto es que cuando opinamos acerca del trabajo de “equis” individuo, no nos percatamos de que sus objetivos pueden distar mucho de lo que esperamos o de los que estamos acostumbrados a ver. El hecho de ser receptores de un trabajo artístico, no nos da el derecho a exigir o a cuestionar los motivos de la elaboración del mismo, sin otro afán más que el de poner en evidencia la poca “utilidad” y lo poco prácticos que son los recursos de su autor. Sería inaceptable y hartamente vergonzoso, por ejemplo, criticar a Borges por haber intitulado “El hacedor” a uno de sus muchos libros, sólo porque nosotros estamos acostumbrados a escuchar (y a emplear) términos más comunes como: fabricante, fabricador, constructor, etc. ¿Existirá el momento posterior en el cual podamos develar que Borges se estaba refiriendo a un dios, y que por esa razón, aquella palabra encajó perfectamente con sus excéntricas exigencias de hombre letrado? A lo mejor. Pero lo impulsivo que somos siendo vulgo, seguramente, nos habrá desviado ya de esa etapa reflexiva (y valorativa), cayendo en infundados comentarios y en aseveraciones insolentes.

Cuando le preguntaron a Lezama Lima que para quién escribía, respondió lo siguiente: “En un himno atribuido a Orfeo se dice: sólo hablo para aquellos que están en la obligación de escucharme. Que esa sentencia órfica nos acompañe siempre como un conjuro”. ¿Por qué entonces libros de la talla de Ulises, Paradiso, La pequeña sinfonía del Nuevo Mundo, Rayuela, Museo de la novela de la Eterna, Trilce, En la masmédula, Tres de cuatro soles, entre otros, figuran como valiosos estandartes de la historia de la literatura universal? ¿En donde quedó el vulgo que no se siente obligado a leer nada de lo que, según él, se aleje de sus expectativas y de su gusto? ¿Acaso sólo fue una pandilla de intelectuales y estudiosos quienes hicieron de estos libros lo que son ahora? Piensen en ello, porque a final de cuentas, me huele que el vulgo también anduvo detrás de esto. Es decir, comprando. No olviden, el libro se tuvo que haber vendido, aunque fuese sólo para apilarlo como una decoración más en nuestra biblioteca.

En fin, me gustaría compartir con ustedes el resultado de una experiencia, que como mencioné al principio, se sigue repitiendo. Ridículo y soez sería comparar mi situación con la de los autores que han publicado, digámoslo así, obras complicadas, herméticas y a la vez profundas; jugosas ensaladas filológicas, en decir de Lezama Lima. Es verdad, mi pretensión no ha llegado (ni llegará) a ese punto. Tres han sido los poemas que hasta la fecha he seleccionado y decido incluir en cinco kilos de vacío. Mi selección no sólo se basó en la variedad sino en la accesibilidad que pudiesen tener para ustedes, lectores y caros amigos de oficio, poemas como Carnoso aliado, Mi derrotero y Cuando soy así, respectivamente. Como suele suceder en estos casos, el ojo público se hizo presente y a mis oídos llegaron ciertos comentarios relacionados con mi “incomprensible, pretensiosa y alquímica” forma de expresarme, o mejor dicho, de escribir mis textos. Nada nuevo para mí, todo lo contrario. No obstante, y luego de pensarlo un rato, caí en la cuenta de que ya era suficiente. Si mi objetivo nunca ha sido escribir para alguien, y luego de haberle explicado (trabajosamente) a cada persona que conocí desde que me inicié en esto, mis motivos y mi visión respecto de la literatura y del arte, ¿por qué debo permitir que se me juzgue de esa manera?, ¿por qué debo seguir justificando mi forma de escribir para satisfacer a otros?

Tal reflexión me llevó a lo siguiente. Como intuyo que habrá algunos de ustedes que piensan lo mismo acerca de mis textos y, para demostrarles que si fuesen un poco más perspicaces y estuviesen “adiestrados” a otro tipo de expresión literaria, su opinión quizás sería distinta; aquí les incluyo de nuevo, en contra de lo que había jurado no hacer nunca, los tres poemas en mención, con sus respectivas versiones vulgares (en azul); es decir, como muchos quisieran (y sueñan muy, pero muy en vano), que yo escriba.

CUANDO SOY ASÍ
Hoy como también ayer este dolor se hace cutáneo
Y me curte proporciones secundarias con su santiamén bilioso
Los ojos ya no buscan la ceguera de la noche
Los grises hematomas de neblina
El pus de los espectros desvividos por desviarme
Los ojos buscan un fogón que no se apague
De ámbar una lágrima en reposo femenino
Quizás de mimos miniaturas en pólvora alcalina
Cuando otro hoy como éste empiece
Y siga la bazofia merodeando mi suprema alcantarilla
Extirparé mis ojos que son dos moscas habituadas a tu mundo



CUANDO ME PONGO COMO LA GRAN PUTA
Desde ayer me duele hasta el pellejo
Es un fuerte dolor que en un dos por tres me insensibiliza los huevos
Estoy cansado de vivir a oscuras
De chocarme contra la niebla y rasparme
De la mierda de la gente que se mata por sacarme del camino
Quiero un poco de luz
Que una mujer chille un poco y me alumbre
Con sus muecas y sobijeos brillantes
Cuando vuelva a tener un día pura mierda como hoy
Y la asquerosa gente quiera acercarse a mí
Me sacaré los ojos, que de probar la mierda de tu mundo, ya parecen moscas


MI DERROTERO
Entonces, geómetra de lo que llevo dentro
Me fijo en la manera en que todo se libera
Y me acuerdo de que mientras más me alejo
La esencia de tu cuerpo se me viene encima
La noche se me vuelve itinerario si en tu vulva encuentro el día
El alma es un objeto ansioso y vehemente de chocarse contra el tiempo
Y tú, tú que despiertas zambullida entre los lícitos dominios de lo acuoso
Te conviertes en un dogma en ternura y balbuceo electrizantes

Predilecto mucho más ahora el viaje hasta tus pechos
Maciza quintaesencia que yugula mis prejuicios
Que me sienta de repente ante tu clara exorbitancia
Y me incita a libaciones inmediatas-clandestinas

Hay un camino, en donde un hilo tiembla fuertemente y guía
Las luces dicen que eres tú, tú que te vinculas con mi instinto
Que remueves la hojarasca y te adornas de distancia


POR ‘ONDE VOY
Como me encanta medir lo que siento
Por eso me doy cuenta en cómo se me va la mano sintiendo
Mientras más me hago para atrás
Lo que tu cuerpo lleva adentro me cae encima

Me da igual si la noche es larga porque lo que quiero es amanecer en tu vagina
El alma no se está quieta y se va a hacer mierda contra el tiempo
Y vos, vos que te despertás en todo tu derecho de estar empapada
Te convertís en lo que de veras creo, en algo tierno y en un ¡ay! que me pone los pelos de punta

Ahorita sí que queda bien que te busque las chiches
Esas cosas duras que hacen mierda mis prejuicios
Que me pone enfrente de lo inmensa que sos
Y me da carreta para que luego, luego te chupe sin que nadie nos mire

Por ahí dicen que vos sos el camino que me guía pero que no es seguro
Vos que te metiste con lo animal que me hace actuar así
Que me quitás lo que está demás en mí y que te irás al rato

CARNOSO ALIADO
El simple hecho de hacerte de un buen par de alas
De dejártelas crecer, de abonarlas monacalmente
con la paciencia de un eclipse que nunca se decide a redimirse
Es todo un síntoma primario asociado con utópicos idilios
con trayectorias imposibles, con lo poco útil que es la vida

¡Blande hoy tus alas, carnoso aliado! ¡Disfruta de la histeria!

Los vocablos que podrían retratar la instancia
del jardín que se erige entre los aires ya no alcanzan
Se han quedado hundidos en la roca,
en nuestra frente interna
Pero mañana, cuando el síntoma desaparezca y llueva engaños
volveremos a tomarnos de la mano y a elevarnos


COMPINCHE POLLÓN
Sólo con que te den ganás de volar
De que creás que tenés alas y de que les echés gallinaza todos los días
Con la paciencia de un eclipse que ni a putas se deja mirar
Ya te pisaste porque lo que tenés es que te gusta soñar con babosadas que no existen
Con algo que no vas a tener porque la vida no sirve para ni mierda

¡Mové hoy tu alas, compinche pollón! ¡Aprovechá que estás loco!

Se quedan cortas las palabras que podrían decir cuál es la situación
Del arriate que se levanta por los aires
Se quedaron refundidos en las piedras, en las barreras que llevamos dentro
Pero mañana, cuando dizque estemos curados a puro engaño
Nos vamos a agarrar de la mano otra vez y a seguir soñando como mulas



¿Contentos? Quienes propugnan que la expresión estética debe rebasar la emoción pura (contenida con toda claridad en las tres versiones vulgares que presento; que aún podrían ser mucho más simplificadas) no me dejarán mentir al respecto. Mis nuevas versiones carecen de artificio y se remiten sólo a decir lo que en el momento sentía o se me ocurría. Y todo ello bien podría exponérselo a alguien con esas palabras y esas expresiones, ¿o no? Es decir, ¿qué necesidad tendría entonces de escribir un poema y de, como ustedes opinan, decir “doce gramos de un sólido y soluble llamado cloruro de sodio que a la vez contiene cloruros, sulfatos y bromuros de magnesio, calcio y potasio” en vez de “un poco de sal”? ¿Acaso creen, por favor, que enmaraño mi expresión a propósito?, ¿que me digo: “Bueno, hoy voy a escribir tres poemas pero que nadie los entienda? ¿Es que todavía no se han dado cuenta de que mis tendencias (aunque a simple vista sólo parezcan rimbombantes y complicadas) difieren un tanto de las convencionales y en el fondo llevan algo? Si sólo fuese un puño de palabras ostentosas, ¿cómo se explica que haya una versión vulgar que fundamente lo que el poema expresa?

Las preguntas son bastantes y este texto, les juro, sólo es producto de una situación desesperante y arrebatadora, puesto que no tengo la intención de escribir para nadie en concreto ni mucho menos seguir exponiendo por qué escribo de la forma en que lo hago. Si mis poemas, o como quieran llamarles, mueren conmigo, me llevaré la satisfacción de haber escrito lo que sentía, a mí manera, y de haberlo echo tal como me habría gustado leerlo. Ah, y por último, aprovecho la ocasión y me tomo el atrevimiento de recomendarles El arco y la lira, joya literaria del Nóbel mexicano Octavio Paz, para verdaderamente deleitarse con una buena lectura, y ya saben, quitarse el mal sabor de boca.