
La próxima vez que lo sienta, lo dejaré salir con la pasión de las orugas que se aparean invisiblemente y no repararé en las consecuencias. A veces ya no distingo entre mi sugestión y la fiel intuición que me fue dada. ¡Qué confuso! Si tan sólo pudiese encontrar la forma más plena y profunda de decir las cosas, de llegar —haciendo uso de una explícita mirada que logre detonar los pistones del alma de mi objetivo— a no ser tan repulsivo. La próxima vez, si la hay, me sentaré a contemplarte hasta encontrar en tu cuerpo mi propia vereda.
Buenas nuevas desde lugares lejanos. Sorpresas. Dejar que los demás tomen la iniciativa cuando está cerca el fin del mundo. Dejar que los demás sigan su camino a cuesta de mis resbalones. La distancia haciendo flecos con papel sarcasmo y riéndose de mi contrariada alegría de lacayo al servicio del sentimentalismo. Con pálidos rasgos de animal exhausto recurro a la estática y allí permito que un fantasma me columpie con sus memorias de otras vidas. Luego, siendo no más que un artificio (pues así es que me percibes), me aviento a lo inconcluso y circulo sobre mi cabeza, girasol que mataría por ser una jirafa.
Sí, en Londres tienen razón: soy un personaje de escritor mediocre e hiperconfiado. Lo sabía. Camino demasiado rápido por las calles por las cuales hay que hacer escalas para impregnarse de narcisismo. Soy un abducido. Danzo y sudo con el polvo de los huesos del ser que no fui ni seré nunca. Busco encenderte los labios para fumarte. Ah, pero acabo de escaparme, eso lo explica todo. Además, suelo inspirarme con el desorden de las cosas y con la conducta de aquéllos a quienes les pesa la realidad y la envuelven como si fuera un bulto y la tiran a un barranco.
Mi corazón está tan lejos de mi pecho, exiliado en un desaire y en apuestas de fisgones que vinieron para espiarme. ¿De qué sirve cubrirse el quemado rostro con las lúgubres manos en señal de estarse lamentando? Lamerse las rodillas, delirar, buscar pepitas de oro entre el ripio, practicar engaños: eso sí funciona, es real: daña, beneficiosamente daña. Hay pájaros que a altas horas de la noche descienden a mi hamaca para rascarse la nuca con mis escamas. ¿Por qué no vienes tú a deslizarte conmigo y a darle de comer a estos plumíferos que parecen gorriones? Permitirse un arranque de instinto y de sentires escondidos es todo un proceso acuático, que termina con barcos anclando mar adentro y sirenas menstruándonos la frente.
Hoy no quise morir ni un sólo instante, preferí salir al patio (sólo al patio) y esperar a que un recuerdo se expandiense en mi cabeza y me brindase una sonrisa. Sin embargo, los recuerdos se han ido, como volutas de humo contaminante.