
«…si tan sólo mi cabeza se vaciara y pudiera borrar todo lo que hasta ahora me ha sucedido. No me importaría empezar a vivir desde esta edad con tal de olvidarlo todo. No importaría aprender a caminar, a hablar, a leer y a escribir de nuevo. Ya sé, ensuciaría mi ropa, defecaría libremente, lloraría a rienda suelta, me orinaría sin sentirlo, gatearía, etc., como parte del debido proceso, y sí, me importaría poco con tal de no saber nada, de no sentir nada, de no recordar nada. Todo volvería a ser interesante y mi espíritu lo captaría mejor puesto que su contaminación todavía sería insignificante. Pensar que desconocería a quienes ahora conozco es la mayor excitación de esta utopía; sin olvidar, claro, las ganas de que algún día se cumpliera este deseo...
...ya grandecito, saldría a la calle a burlarme del mundo. Entraría a los templos a rascarme con desesperación la cabeza, prolífico huerto de menuda y sucia greña, y me pasearía por los parques riéndome conmigo mismo mientras escupo mis excesos de baba y de saliva. Esos rostros civilizados me incitarían a descubrir el remordimiento y la inquietud de ser simples monigotes con el porvenir falseado. Todos, mártires de un leve pánico autosugestivo, sospecharían el escondite de un posible cuchillo o de un palo de escoba —histórico simulacro de un sable o de una espada—, debajo de mi saco, y se harían la idea de una peligrosidad latente con cada uno de mis pasos. En fin, huirían de mí al instante...
...lo más gracioso es que la única prueba de existencia para mí la tendría mi pensamiento desvariado, fuera de contexto, infantil y despreocupado. El resto sólo serían figuras, allí, sentadas o de un lado para otro, moviendo sus extremidades y vistiéndose con ropa para diferenciarse. Entrando y saliendo de un sitio determinado y relacionándose, según intereses, según conveniencias. Yo caminaría sin rumbo fijo, desequilibrado por las luces y los ruidos. No habría necesidad de ir a ninguna parte, y menos con una mirada tan perdida como la que me provocarían. Los conceptos de cielo y paraíso tendrían más sentido y dejarían de ser tan convencionales, sin duda. Adiós a ese contacto viciado, a esos hervores de personalidad e importancia, a ese motor que nos impulsa hacia emociones hilvanadas por el fastidio de la propia vida. Adiós a la manía de situarse en un espacio y en un tiempo...
...seguro de no haber tropezado con el deseo de adherirme a alguien del resto, pronto me rehusaría a escucharlos, a comprender lo que ni siquiera hemos comprendido, a darle un uso a mi memoria. Vos estarías con ellos, te asomarías frente a mí para gestualizar lo decepcionante que soy o para reírte de mi pragmática manera de remar contra corriente llamando la atención de los peatones. Indignada, no dudarías en echarme en cara mi inmadurez y mi escapismo. Pero yo no tendría ni la mínima intención de reconocerte; tampoco podría, si quisiera. Niño, disfrutaría la omisión del tener que y del deber pasando mi larga lengua por la aspereza de mi podrida dentadura y gritaría sin temor de nada, sabiendo (intuyendo) que no habría de qué arrepentirse, pasando cerca de vos con mi tufo, mi comezón y mis zapatos hechos pedazos...
...¿quién podría entonces explicarle algo al resto de los considerados “semejantes”? De ser lo que son para mí, pasarían a irrefutables espectadores. Y nada me alegraría más como oírlos alejarse de sus asientos y largarse a asumir sus roles y a mentalizarse con un ¡Dios nos libre!, o bien, haciendo caso omiso de lo presenciado. (Los he observado y los conozco tan bien; de allí que codicie olvidarlos.) Pero la debilidad es inmanente y en cualquier momento brotarían los cuestionamientos y las dudas. Yo andaría deambulando en pleno corazón de madrugada, libre, aprendiz de la nada; mientras el resto estaría domesticando su conciencia, sobornándola con farsas impensables y evitando los embrollos recurrentes. Imposible. Hoy sé que es imposible. La hiperactividad tampoco es la salida; lo digo porque estoy seguro de que también acudirían a ella con tal de matar el tiempo que los acosa, con tal de no saber de mí ni de mi acoso...
...algún día, no sé cuándo, me tomaré la molestia de invadir el espacio destinado para sus caballos blancos y descuartizaré, tan lúcido y lúdico como un criminal incorregible, a cada bestia, hasta que no quede más que crines y estiércol ensangrentados…»
De Ratario (Conmemoración de los posibles días) © Rafael Romero, 2004