Sunday, September 25, 2005

detalle onomástico


Acaso esta nota no sea del interés general ni despierte la curiosidad en nadie (y con estas palabras iniciales, debo aclarar, no pretendo hacerme la víctima y recurrir a la lástima del lector para que piense y diga “bueno, el pobre siempre cae en lo mismo, es su técnica, leámoslo para que no se sienta mal, refunfuñe y luego ande por ahí dolido y afectado), pero en el fondo siento la necesidad de esclarecer cierta medida que tomé hace ya más de cinco o seis años. Para quienes crecieron conmigo (o yo con ellos) sabrán de sobra que mi nombre completo consta de cuatro palabras, pero que actualmente sólo empleo dos de ellas para identificarme: mi segundo nombre y mi primer apellido. ¿Cliché de seudo escritor? Para nada. Más bien fue una especie de disgusto fonético unido a una muy personal idea de identificarme de forma equilibrada con el tronco paterno (cedo estas últimas palabras para la elaboración de cualquier eufemismo que a alguien puede ocurrírsele) como con el materno.

Escogí mi segundo nombre porque el primero (que por costumbre es herencia directa del segundo nombre de mi padre) me sigue sonando mal y porque me parece que es una cursi derivación (no latina, incluso) de Rodolfo. Cualquiera podría pensar que indirectamente existe un rechazo hacia la figura de mi padre, pero no la hay. Sí, a lo mejor, la necesidad de poseer una identidad propia sin la sombra de su nombre de uso y de lo que él representa para muchas personas. Del nombre de mi abuelo, padre de mi madre, y de una alusión religiosa hacia cierto arcángel, surgió Rafael
[1], y creí que si ya llevaba el apellido de mi padre, Romero, debía quedarme con este nombre para, como dije antes, equilibrar la cosa. Es decir, el capricho ese (como muchos creen y me señalan) de omitir mi primer nombre y usar el segundo se fundamenta en lo que acabo de referirles, así de sencillo. Rafael Romero, según mis apreciaciones más intimistas, encierra la esencia de las dos familias que se unieron para engendrarme. No obstante, para muchos, sigo siendo “mi primer nombre” y por lo que veo, no hay nada que pueda hacer para evitarlo. Tampoco es que importe, pero es que...


[1] Más de alguna vez, en mi limbo de fantasía y quimeras, creí relacionarlo (el nombre) con cierto pintor renacentista italiano y luego con Alberti, Cansinos Assens, Landívar, Arévalo Martínez y demás personajes. Me van a disculpar la pretensiosa osadía, pero es que estaba pequeño y el jueguito se me hacía interesante.

3 comments:

Trenzas said...

No es muy grave lo tuyo, aunque moleste un poco que no respeten la voluntad de uno que llamarse como mejor le guste. Aún más si son sus nombres, con solo el orden un poco cambiado. Otros, estamos todavía intentando que nos quiten el "nena" los familiares, o el Mariuca, o el "pelines" para destacar a modo nuestro gusto por el pelo cortísimo. Consuélate al contemplar la desgracia de aquellos a quienes no permiten crecer :DDDD
Un abrazo

Anonymous said...

Es que acaso te llamás Rudolph???
Está bueno el tono que le das al textín, como si te diera igual, pero en realidad no. Porque no te da igual, verdad?? Paciencia, mi querido reno, paciencia.

Trenzas said...

Bien, aquí ya es 29, día de los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.
Felicidades..!